Los discursos parlamentarios de Práxedes Mateo-Sagasta

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Legislatura: 1879-1880 (Cortes de 1879 a 1881)
Sesión: 14 de julio de 1879
Cámara: Congreso de los Diputados
Discurso / Réplica: Discurso
Número y páginas del Diario de Sesiones: 36, 607-608
Tema: Contestación al discurso de la Corona

El Sr. PRESIDENTE: El Sr. Sagasta tiene la palabra para rectificar.

El Sr. SAGASTA: Voy a ser muy breve; y en realidad no necesito ser largo para rectificar lo que me propongo de la contestación que me ha dado el señor Cánovas del Castillo y de la que me ha dado el señor Presidente del Consejo de Ministros.

El Sr. Cánovas del Castillo supone que yo para atacar esta situación he hecho una novela y que S. S. para combatirme ha hecho una historia. Pues yo, entre la historia que S. S. ha hecho, que parece novela, y entre la novela que yo he hecho, que parece historia, y en la cual quedan bien todos los personajes que intervienen en ella, todos, absolutamente todos, mientas que en la historia de S. S., que parece novela, quedan mal todos los personajes, todos menos S. S. y el Sr. Martínez Campos, prefiero mi novela, que parece historia, a la historia de S. S., que parece novela. Ahí está en el Diario de las Sesiones; yo no la toco ni quiero alterarla con mis rectificaciones; ahí está; la entrego al juicio del país y al juicio de los altos Poderes del Estado.

Respecto a lo de Oliva, he sentido mucho oír al Sr. Cánovas lo que nos ha revelado esta tarde; porque si S. S. lo sabía, ¿por qué no lo dijo oportunamente, cuando la discusión lo hubiera traído a propósito? ¿Por qué no lo dijo entonces S. S.? ¿Por qué ha esperado a que lo diga yo? Estaba bien que lo hubiera dicho S. S., porque al fin y al cabo, tratándose de actos que enaltecen al Monarca, bueno es que se sepan todos, y no había para qué hacer caso omiso de los generosos sentimientos de S. M.

Respecto de las reformas de Cuba, yo no he dicho nada de este punto; aquí están los Diputados de aquella isla; ellos saben mejor que nosotros lo que conviene hacer; por eso me he cuidado de no decir nada sobre ese asunto: yo creo que las reformas son urgentes, y no hay sacrificio que el partido constitucional no esté dispuesto a hacer en aras de aquel pedazo querido de nuestro territorio; pero me callo mientras los Diputados de Cuba callen: lo que he dicho es que S. S. no ha estado conforme con el general Martínez Campos, y su señoría lo ha demostrado con sus mismas palabras. El general Martínez Campos conoce y ha estudiado las reformas, y S. S. no las ha estudiado todavía, no las conoce, no tiene sobre ellas opinión; luego no hay uniformidad entre el Sr. Cánovas y el general Martínez Campos; y por consiguiente, cuando el general Martínez Campos propuso las reformas, el Sr. Cánovas del Castillo, que todavía no las tiene estudiadas, no las admitió porque no las creía convenientes. A mí me parece que es muy digno de tenerse esto en cuenta: el general Martínez Campos no podía menos de tener estudiadas las reformas cuando las proponía al Gobierno, y sin embargo, el Gobierno de entonces no las tuvo en cuenta, no las estudió siquiera, y ahora el general Martínez Campos, cuando está en el Gobierno, dice que no ha estudiado las reformas. ¡Ah! ¡así se cumplen los compromisos solemnemente contraídos! Aquella isla reclama urgentemente el establecimiento de esas reformas: no pido discusión sobre ellas mientras permanezcan en silencio los Diputados de aquella Antilla; pero sí debo decir que aquí tienen al partido constitucional, dispuesto a todo lo que sea justo. (Varios Sres. Diputados: Lo mismo estamos todos.) Menos el Gobierno que no ha hecho nada, y menos vuestro jefe que todavía no las ha estudiado. (Varios Sres. Diputados pronuncian algunas palabras que no se entienden.) Yo quiero que conste que aquí está el partido constitucional, dispuesto a no moverse de aquí y a discutir si se cree que esas reformas son urgentes; si no se discuten, si eso trae consecuencias desagradables para la isla de Cuba, no será la responsabilidad del partido constitucional; será de ese Gobierno y de esa mayoría.

Por lo demás, no quiero entrar en esa cuestión; no he hablado de las reformas de Cuba sino porque he encontrado en eso un medio de demostrar la contradicción en que se encuentran el general Martínez Campos y el Ministerio anterior, y especialmente el señor Cánovas; y está descubierta la falta de unidad entre el Sr. Presidente del Consejo de Ministros y su antecesor, puesto que el Sr. Cánovas del Castillo nos ha confesado que todavía no tenía opinión sobre eso. (Rumores en los bancos de la mayoría.) Si el Sr. Cánovas del Castillo no tiene opinión sobre las reformas, ¿para qué mandó venir al gobernador general de Cuba para discutirlas? Señores, es muy raro lo que aquí sucede; aquí ya no sabe nadie lo que dice y lo que quiere. Ha dicho el Sr. Presidente del Consejo de Ministros que no había iniciado ninguna de las reformas propuestas en Cuba, y aquí tengo un decreto publicado en los periódicos oficiales de la isla de Cuba y firmado por el Sr. Presi- [607] dente del Consejo de Ministros como gobernador general de la misma, en el cual están iniciadas las reformas. ¿Quiere S. S. que lea dos artículos? Pues voy a leerlos. (El Sr. Presidente del Consejo de Ministros: ¿Qué fecha tiene ese decreto?) La del 12 de Noviembre, y dice así:

"Art. 3.º Desde 1.º de Enero de 1879, la contribución directa del 30 por 100 sobre las utilidades líquidas de la riqueza urbana, rústica, de industria, comercio y profesiones quedará reducida al 25 por 100. "

¿No es esto iniciar una reforma? Es más que iniciarla, es ejecutarla.

"Art. 4.º Desde igual fecha se rebajarán en un 10 por 100 los derechos de exportación que en la actualidad se satisfacen. "

¿Es esto iniciar una reforma? ¿No es esto realizarla? Pero ¡qué más! ¿No lo habéis visto en la Gaceta de ayer? ¿No habéis visto reducida la contribución directa al 16 por 100? Pues esas son las reformas iniciadas ya y ejecutadas contra la opinión del Sr. Cánovas del Castillo, que en su discurso de ayer combatía eso de tirar ingresos por la ventana sin sustituirlos por otros: no he visto un ataque más fuerte que el que S. S. dio ayer al general Martínez Campos por sus reformas en Cuba. Y como no quiero molestar por más tiempo la atención de la Cámara, voy a terminar diciendo algunas palabras al Sr. Presidente del Consejo de Ministros.

Yo siento que S. S. se haya molestado porque no le haya prodigado elogios. Yo no se los habrá prodigado respecto a la política; pero en cambio, no le he negado a S. S. ninguna cualidad, absolutamente ninguna; al contrario, le he concedido todas las que son propias de la carrera a que se ha dedicado.

Su señoría ha dicho que con la misma razón con que yo he llegado a ser Presidente del Consejo de Ministros siendo ingeniero, ha podido serlo S. S., que ha seguido una carrera que tiene mucha analogía con la mía. Es verdad; pero para eso podía haber hecho S. S. lo que he hecho yo mientras que S. S. ha hecho su carrera militar huyendo de la política, aparentemente al menos. Yo no niego que un capitán general o un militar de menor graduación pueda subir al Ministerio: lo que yo he negado es que un militar a quien no se conozcan otras condiciones que las militares, y que no tiene historia política, pueda ocupar ese puesto. Y S. S. no sólo no la tiene, sino que le profesa aversión, aunque, por lo visto, ya no le tiene tanta. La prueba de que S. S. no tiene o no tenía afición ni filiación política es, que habiendo sido elegido Diputado y habiendo estado en Madrid, no ha querido, a pesar de su investidura, honrarnos con su presencia en estos bancos, desde los cuales públicamente se conquista la aptitud y la autoridad necesaria para ocupar el azul. Esto es lo que yo he dicho. Por lo demás, si S. S., dada la carrera que ha hecho y con las facultades que tiene, hubiera venido aquí y se hubiera dedicado a la política, no dudo que hubiera adquirido condiciones extraordinarias para ocupar ese puesto. Todavía espero que las adquirirá; pero entre tanto, créame S. S., se encuentra tan mal en ese puesto como estaría yo al frente del Ministerio de la Guerra, y temo que al país le cueste demasiado caro su aprendizaje. [608]



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